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Relatos desde las Sombras : Una asociación de ensueño

Relatos desde las Sombras : Una asociación de ensueño

Con motivo del sexto aniversario de FINAL FANTASY XIV, presentamos una nueva colección de historias secundarias con Relatos desde las Sombras. Echa un vistazo a los momentos cruciales de las vidas de los personajes centrales de la trama de Shadowbringers.

Traducción del relato original publicado en la lodestone.

Una asociación de ensueño

Los Amaro en los que la sangre antigua se ha despertado tienen una esperanza de vida que supera con creces la de sus parientes aún dormidos. Sin embargo, incluso estos especímenes longevos no se libran de los estragos del tiempo. Los ojos se nublan, las alas se vuelven débiles y frágiles… Y en el caso del corpulento Seto, líder de los amaro de Wolekdorf, la vejez ha traído consigo un deseo cada vez mayor de dormitar, como si el peso combinado de más de cien inviernos pesara sobre sus párpados. Hoy no es diferente. La venerable criatura, se rinde a los cantos de sirena del sueño mientras el dulce aroma de las flores llena sus fosas nasales, y su mente pronto parpadea con visiones de un pasado cálidamente recordado.


Un joven amaro, demacrado y agotado, descansaba en un rincón soleado de la ciudad de Nabaath Areng. Una mirada a la lamentable criatura contaba una historia de abusos prolongados, de un cuerpo golpeado y privado de todo lo que no sea lo esencial para sobrevivir. Ningún hombre o bestia elegiría de buen grado aquellas abrasadoras losas como lecho, pero el voluminoso carro al que estaba enganchado el amaro no le permitía elegir. Así que ahí se quedaría, conservando sus fuerzas hasta que su dueño volviera para despertarlo.

Ah. El amo ha vuelto.

Un corpulento Hume salió de la fachada de una tienda de piedra cercana y se dirigió con decisión hacia el carro, con un látigo de aspecto cruel agarrado con fuerza entre sus dedos que parecían salchichas. El amaro conocía muy bien aquel látigo, fabricado con los tendones elásticos de un lagarto y que producía un terrible dolor similar al de un aguijón. Aunque estaba fatigado hasta el punto de colapsar, cuando el látigo habló, de alguna manera encontró la voluntad de responder.

Ahí viene…

¿Será en el cuello o en el hombro? ¿El lomo o la grupa? Con la esperanza de que al menos no le pegara en el hocico, el amaro cerró los ojos en espera de ese agónico chasquido que precedía a cada golpe. Pero nunca llegó.

Confundido, abrió los ojos para ver a un joven que se interponía directamente entre él y el azote de sus días. El desconocido parecía apenas un adolescente, pero equilibraba un hacha de gran tamaño sobre un hombro con aparente facilidad.

“¡Ríndete, Lamunth! ¡¿O quizás debería llamarte ‘Zorro de Jade’?!”.

Así conoció el amaro a Ardbert, el hombre que más tarde le llamaría “Seto”. Fue un encuentro que, con el tiempo, se convertiría en una verdadera y duradera amistad.

La semilla de este enfrentamiento al borde del camino se había sembrado, de hecho, varias lunas antes, con el descubrimiento de un cargamento de piedras preciosas falsas en los mercados de Nabaath Areng. Las joyas eran tan sutiles que incluso los tasadores más expertos se habían dejado engañar por su aparente perfección. Así que, los miembros del Gremio de Joyeros, con el orgullo herido y la reputación destrozada, habían ofrecido una recompensa llena de asombrosas riquezas por la captura del “Zorro de Jade”, como se conocía al misterioso falsificador.

Pronto se corrió la voz, y los aspirantes a cazarrecompensas de todo el país convergieron en la ciudad en una loca carrera para reclamar la recompensa. Sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por localizar al Zorro, sólo consiguieron descubrir más creaciones del falsificador.

Fueron un par de aventureros novatos , Ardbert y Lamitt, quienes finalmente llevaron al Zorro de Jade ante la justicia. Habían recurrido a la ayuda de Branden, antaño caballero de Voeburt, y con su ayuda atravesaron el intrincado velo de magia ilusoria que cubría las falsificaciones. De este modo, pudieron empezar a deducir el origen de las baratijas, y las pruebas les condujeron por fin a un hombre llamado Lamunth.

Al recoger la recompensa de los agradecidos joyeros, los tres acordaron repartirse el lujoso botín a partes iguales. Sin embargo, recordando la nada despreciable sed de juerga de Branden, los otros dos habían expresado sus reservas a la hora de concederle su parte de una sola vez. Sabían tan bien como él que podría beberse todo el lote en el espacio de una noche. Por eso había aceptado a regañadientes la propuesta de Lamitt de repartir el botín a lo largo de varias lunas, aunque eso supusiera tener que unirse a ellos en el camino durante un tiempo…

Ardbert, por su parte, tenía sus propios planes para esta nueva fortuna. Al enterarse de que las autoridades habían tomado posesión del maltratado amaro de Lamunth, no perdió tiempo en negociar un precio por la criatura.

El amaro se tambaleó dócilmente detrás de su liberador hasta que llegaron a los alojamientos del grupo, donde inmediatamente se desplomó sin fuerzas.

“¿En qué estabas pensando, muchacho?” bromeó Branden. “La bestia es todo piel y huesos. Dudo que pueda sobrevivir a una vuelta por la ciudad, y mucho menos a un viaje por el desierto. Ni siquiera hay suficiente carne en él para un tazón de estofado”.

El amaro resopló con fuerza, como si se sintiera ofendido por el insulto.

“No escuches a ese vejestorio, Seto”, dijo Ardbert cariñosamente, rascando la parte inferior de la mandíbula del amaro. “Prefiero verlo a él en la olla que a ti. Y pronto le mostraremos tu verdadero valor”.

Para ser justos con el caballero, los funcionarios de la ciudad compartían la opinión de Branden sobre “Seto”. Consideraban que la debilitada criatura era una inversión sin valor, y sabían que Ardbert no tardaría en darle fin. Incapaz de soportar ese pensamiento, el joven se había visto impulsado a actuar. Era simple compasión lo que le impulsaba, aunque también había curiosidad, pues en el comportamiento de la lastimera criatura, juraba haber vislumbrado una chispa de algo más.

Nacido en un pequeño islote en los mares de Kholusia, Ardbert había pasado su infancia entre los pájaros y las bestias, ya que no había otros de su edad con los que jugar en aquel pueblo de montaña al que llamaba hogar. Fue allí donde su abuelo, el único pariente vivo del niño, lo había instruido en el cuidado de todo tipo de ganado. Esta educación incluía los hábitos del noble amaro, por lo que el inusual comportamiento de Seto había despertado instantáneamente el interés de Ardbert. Había estado observando a la pobre criatura, que aprovechaba cada oportunidad que tenía, para sentarse y descansar, en lo que parecía ser un intento deliberado de tratar de conservar la mayor cantidad de fuerza posible para sobrevivir al terrible trato de su antiguo amo. Y una inteligencia tan rara era algo que había que alimentar.

Amaro

“¡Es hora de ganarse el sustento, Seto!”

A un silbido de Ardbert, el amaro salió trotando hacia los Campos de Ámbar y cayó pesadamente al suelo. Ardbert, por su parte, se escondió rápidamente detrás de una roca, ocupando su lugar junto a las figuras agazapadas de Branden y Lamitt. Los mercaderes locales los habían contratado para matar a una feroz manada de coyotes que amenazaba la ruta de su caravana, y un desconcertado Seto hacía de cebo.

“No creo que le vean como una buena comida, ¿no crees?” murmuró Branden, con su voluminoso armazón doblado en un torpe esfuerzo por pasar desapercibido. “Espero que esas bestias tengan hambre…”

Totalmente consciente de los gruñidos del hombre más grande, Seto reflexionó sobre su reciente cambio de circunstancias. A diferencia de su antiguo maestro, Ardbert nunca le golpeaba ni le pegaba. Y siempre se aseguraba de que Seto tuviera suficiente comida y bebida. Incluso le había quitado la suciedad de las plumas. El tacto de Ardbert era amable, y cuando rascaba ese punto bajo la mandíbula de Seto, el amaro casi sentía que ronroneaba. Era una sensación desconocida.

Luego estaban los “trucos”. Seto estaba desconcertado en cuanto a su propósito, pero como no quería enfadar a su nuevo dueño y arriesgar todo lo que había ganado, hizo todo lo posible por actuar como Ardbert le indicaba. Y ahora parecía que iba a ser sacrificado.

Debería haberlo sabido. Los hombres son todos iguales.

Mientras yacía abatido, resignado a su destino, Seto divisó a la manada de coyotes que se acercaba a paso ligero, y se dio cuenta de por qué le habían alimentado tan bien.

“¡Seto, ya es suficiente, a mí!”

Con su gran hacha alzada, Ardbert vino cargando en su dirección. Seto ladeó la cabeza en un momento de confusión, y luego se puso en pie de un salto. Llegando a la conclusión de que, después de todo, no planeaban dejarle morir, se dirigió hacia su nuevo maestro tan rápido como le permitieron sus piernas. Y aunque no pudo levantar el vuelo, ya que su cuerpo aún no se había recuperado de años de desnutrición, batió sus alas con una fuerza frenética.

Los depredadores emprendieron la persecución, y la visión del amaro terrestre que corría en medio del pánico hizo que Branden llorara de risa.

“¡Ja! ¡El escuálido bribón puede moverse cuando le conviene!”

Al escuchar el tono burlón del caballero, Seto cambió de rumbo. A una docena de yalmos de su maestro, el amaro saltó en el aire y planeó sobre la cabeza de Branden. Momentos después, los coyotes que habían estado a punto de mordisquear la cola del amaro estaban ahora gruñendo en la cara del gran hombre.

“¿Qué? ¡Argh! ¡Ese maldito amaro!” gritó Branden, y su sonrisa se evaporó al levantar su escudo justo a tiempo.

Así, los aventureros atrajeron a su presa y se deshicieron de ella. Seguirían completando muchas tareas de este tipo, y la naturaleza de la presa dictaría el modo en que Seto desempeñaría su papel: un débil grito para los voraces; un poderoso rugido para los territoriales.

Sin embargo, el verdadero alcance de las habilidades interpretativas del amaro sólo se puso de manifiesto un tiempo más tarde, durante la caza del “Terror de Ámbar”, un pájaro depredador de un tamaño de pesadilla conocido por rondar las Colinas de Ámbar. Incluso Ardbert se sorprendió al escuchar a Seto imitar la llamada de apareamiento de una hembra de phorusrhacos, sus gritos casi perfectos sirvieron para atraer a su presa, que de otro modo sería esquiva.

Herido en el intercambio inicial, el Terror optó por huir, y los aventureros se vieron obligados a perseguirlo, acorralando finalmente al monstruo en su nido y derribándolo en medio de un frenesí de garras cortantes.

“¡Mirad eso!”, exclamó jadeante Lamitt, que, incluso en el feroz calor del campo de batalla, se negaba a quitarse el yelmo de enano. “Tenía su propio tesoro”.

Era cierto, sobre el lecho de hierba seca había una pila desordenada de baratijas relucientes.

“¡Vaya, vaya, vaya! Había oído que a estas aves les gustaban las cosas brillantes”.

Los ojos de Branden brillaron cuando se agachó y cogió un medallón del tamaño de un platillo del montón. Lo sostuvo en alto y el pesado disco brilló como un segundo sol al mediodía.

“Esto sí que es un hallazgo”, cacareó. “La realeza de Nabaath otorgaba estas muestras a los generales victoriosos. Debe tener más de doscientos años… lo que significa que el Terror debe habérselo quitado a un descendiente. O desenterró una tumba”. El caballero sonrió enormemente. “En cualquier caso, alcanzará un buen precio con el coleccionista adecuado”.

Cuando se disponía a guardar el premio en su bolsa, Ardbert alzó una mano y le arrebató el medallón.

“Espera un momento”, le espetó el joven, con una sonrisa en el rostro. “¿No crees que deberíamos darle esta medalla al personaje estrella de hoy?”.

“¿Qué?” replicó Branden, imperturbable. “¡Pues con más razón debería estar en mis manos! ¿Quién os protegió a todos de ese enorme pico? ¿Quién dio el golpe mortal en el cuello de ese monstruo?”

“Obviamente fuiste tú viejo. Pero no habrías tenido la oportunidad de hacer nada de eso si Seto no hubiera sacado al Terror de su escondite en primer lugar.”

Ardbert rebuscó un momento en su mochila y sacó una estrecha correa de cuero. La pasó por el ojo del medallón antes de colgar el trofeo en el cuello de Seto.

“¡Seto! ¡Eres un camarada, valiente y verdadero! Y estoy muy orgulloso de ti.”

El amaro resopló con fuerza y levantó la cabeza con orgullo.

“Jaja, yo también estoy de acuerdo con que sea tuya, Seto”, rió Lamitt. “De todos modos si se la diéramos a Branden habría desaparecido al llegar la mañana.”

Al ver a Lamitt riéndose de él Branden no tuvo más remedio y levantó las manos en señal de rendición. “¡Vale, vale, me rindo! Decidido, el personaje estrella de hoy ha sido Seto, ¡el amaro más astuto que jamás haya existido!”.

Por muy desenfadado que fuera, el gesto de Ardbert aquel día sirvió para reconocer a Seto como un igual, un socio de pleno derecho en la creciente lista de logros de la banda.

Tal fue su éxito, de hecho, que poco después se les acercó una tal Renda-Rae, una experimentada cazadora que deseaba unirse a la banda conocida en todo Amh Araeng como la perdición de las bestias.

Más tarde, en Lakeland, se les uniría Cylva, una guerrera de cabellos plateados, mientras profundizaban en el misterio de una hija desaparecida de noble linaje. Y de vuelta a Amh Araeng, sus filas volverían a engrosar con la incorporación del temible mago Nyelbert, que hasta entonces había sido su rival.

Juntos viajaron. Juntos lucharon. Juntos sufrieron. Las dificultades eran muchas, pero para Seto, las alegrías de su viaje superaban con creces las penas.


Al despertar de su siesta, el anciano amaro lanzó un pequeño suspiro de satisfacción al sentir el peso del medallón que llevaba al cuello. Una vez lo perdió. Había estado defendiendo el asentamiento de los devoradores de pecados extraviados cuando la correa de cuero, tensada por un cuello dos veces más ancho, se rompió de repente, enviando el disco dorado a las negras profundidades del lago. Qué amable fue el viajero al recuperarlo para él.

A petición suya, los duendes de Lydha Lran habían confeccionado la correa de la que ahora pende el medallón, imbuyéndola de un encanto de ensueño, si así se le podía llamar. ¿De qué otra manera se podría explicar la notable claridad y frecuencia de estos maravillosos sueños del pasado mientras descansaba bañado por el sol?

De repente, le asaltó el deseo de viajar. De volar. Tal vez no pudiera recorrer el reino como lo hacía antes, no con esos huesos envejecidos, pero una excursión a la lejana orilla del lago no debería estar fuera de su alcance.

Una visita a las hadas tejedoras de sueños, para agradecerles este regalo, estos benditos sueños.

El amaro se levantó y desplegó sus alas, estirándolas para atrapar la brisa. Aunque sea viejo, probablemente será capaz de recordar lo que se siente al volar de nuevo.

Vamos, volemos.

Y así comenzó la pequeña aventura del viejo Amaro.

Amaro Volando