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Relatos desde las Sombras : A través de sus ojos

Relatos desde las Sombras : A través de sus ojos

Con motivo del sexto aniversario de FINAL FANTASY XIV, presentamos una nueva colección de historias secundarias con Relatos desde las Sombras. Echa un vistazo a los momentos cruciales de las vidas de los personajes centrales de la trama de Shadowbringers.

Traducción del relato original publicado en la lodestone.

A través de sus ojos

Hace mucho, mucho tiempo, cuando aún no había dioses a los que adorar y los hombres y los dioses eran una misma cosa. En la estrella que era su hogar, los hombres gobernaban de forma suprema el mundo corpóreo, dentro y fuera del cual existía un reino etéreo.

A lo largo de los tiempos, este reino ha recibido muchos nombres, pero al principio se le conocía como el Inframundo, el lugar al que regresaban las almas de los difuntos. Al igual que el agua fluye hacia el mar y sube al cielo antes de llover de nuevo sobre la tierra, el Inframundo era una parte fundamental del ciclo de la vida. Por ello, los hombres se referían a él con familiaridad y respeto al mismo tiempo, ya que, a pesar de sus poderes divinos, no podían reclamar su dominio. Por muy sabios que fueran, sólo podían vislumbrar fugazmente el reino, canalizar sólo una pizca de su poder y no hacer nada para controlar su incesante flujo.

Sin embargo, entre los que vivían en esa época, se dice que muy raramente había unos pocos elegidos amados por el Inframundo. Y entre ellos, uno se destacaba…


Otra tarde idílica había caído sobre Amaurot. Los ciudadanos paseaban despreocupadamente por las calles de la resplandeciente capital, con idénticas figuras vestidas de negro bañadas por la suave luz de las antorchas. Algunos pasaban la noche en agradable compañía, otros se retiraban temprano a sus camas. La iluminación servía igualmente para ambos.

Pero él había elegido pasar el tiempo solo en un parque, recostado sobre el cuidado césped. La capucha de su túnica había caído hacia atrás para dejar al descubierto mechones de pelo blanco, que enmarcaban la singular máscara roja que cubría la mitad superior de su rostro, el único elemento de su indumentaria que era suyo y sólo suyo. Al verle allí tumbado, la mayoría habría asumido que simplemente estaba contemplando las estrellas, o tal vez las torres brillantes que parecían alcanzarlas. Sin embargo, las vistas que se reflejaban en sus ojos estaban muy lejos de lo que veían la mayoría de los hombres.

Lo que contemplaba era el éter que comprendía todas las cosas, irradiando vida. Desde las profundidades de la tierra hasta las alturas del firmamento, su luz brillaba. Aquí y allá, las vidas que habían servido a su propósito iban a la deriva en la corriente antes de precipitarse repentinamente al Inframundo.

Que pudiera contemplar estas maravillas, no era una maravilla en sí misma. Muchos fueron bendecidos con la visión. Sin embargo, muy pocos eran tan fuertes en este don como él. Al igual que un hombre enfoca su mirada en el objeto de su interés, no necesitaba más que dirigir su atención hacia el éter para contemplar todas las vidas transportadas por las corrientes. Su visión era tan aguda que podía distinguir no sólo el alma, el corazón de la vida, sino también discernir sutiles diferencias en el tono de cada una, distinguiendo las vidas individuales. Y en virtud de esta habilidad trascendental, a menudo se le había comparado con un habitante del Inframundo.

Durante un rato siguió mirando al cielo, observando la danza del éter a solas con sus pensamientos, hasta que el suave crujido de la hierba anunció la llegada de otro. Al notar esto, cerró los ojos con fuerza con intención de alejar la molestia que se acercaba, pero los pasos, cada vez más fuertes, sólo se acercaron más y más antes de convertirse finalmente en una voz en lo alto.

- He oído las noticias. Felicidades, Hades… ¿o debería decir el honorable Emet-Selch de la Convocatoria de los Catorce?

El hombre tumbado en la hierba no respondió.
Si finjo no darme cuenta, tal vez me deje en paz, pensó sin muchas esperanzas. Y, como era de esperar, pero no por ello menos decepcionante, el dueño de la voz no hizo por marcharse.
Se mantuvo allí de pie con una sonrisa en su rostro mirando al hombre de la máscara roja bajo sus pies. Resignado, el hombre que estaba acostado se dio la vuelta a regañadientes y se puso en pie. Después de colocarse la capucha, se dirigió al sonriente visitante con un disgusto no disimulado.

-No hay nada que felicitar, simplemente he llenado un asiento vacío porque alguien tenía que hacerlo. Uno que, te recuerdo, sólo existía porque tú rechazaste el honor Hythlodaeus.

-No seas así, eras el candidato más adecuado para el cargo. A diferencia de mí, tú le encuentras un uso práctico a todo lo que ves, mientras que yo simplemente disfruto de la visión.

-¿Y qué dice eso de tu idoneidad para tu propio cargo? Tal vez plantee el tema en el Salón de la Retórica.

Al pronunciar estas palabras, lanzó una mirada asesina a través de su máscara, pero la amenaza, ociosa, como ambos sabían, sólo sirvió para provocar un bufido de diversión en el Jefe de la Oficina de Gestión de la Creación, su íntimo amigo Hythlodaeus. Ataviado con una túnica negra y una máscara blanca, el hombre tenía un aspecto totalmente anodino. Sin embargo, al igual que Hades, estaba eminentemente dotado de la capacidad de contemplar el Inframundo. De hecho, si se tratara de una mera cuestión de visión, la suya era la más aguda de las dos. Pocas cosas escapaban a sus ojos, que podían discernir la esencia y la apariencia tan claramente como la noche y el día. Por eso estaba ampliamente cualificado para el cargo más alto de la Oficina de Gestión de la Creación, la institución que supervisaba la creación de conceptos. E incurablemente engreído.

Irritado por el inquebrantable buen humor de Hythlodaeus, espetó un: “¿Algo más?”. Pero se arrepintió inmediatamente al ver que la sonrisa de su amigo se ampliaba.

-De hecho, sí. ¿Has informado ya a cierta persona de que has asumido el cargo?

-¿Ah? ¿Por qué tendría que tomarme tal molestia? Seguramente alguien ya le habrá informado, y de no ser así, ya se encargarán los chismes de la calle de hacerlo. Tratándose de noticias relacionadas con la Convocatoria de los Catorce se difundirá rápidamente.

-Aún así, eres el nuevo Emet-Selch, un mensaje tan importante merece ser entregado personalmente. Si no sabes dónde está puedo volver a buscar su paradero por ti.

-No, no lo necesito. Ya está bien, ¿no tienes trabajo que terminar?

Por primera vez desde la llegada de Hythlodaeus, su sonrisa se desvaneció de sus labios e inclinó su cabeza hacia un lado preguntándose cómo podía saber Hades que aún no había finalizado su trabajo. Y aunque estaba seguro de que se arrepentiría de responder a la pregunta no formulada de su mejor amigo, al final se encontró cediendo al interminable silencio. Con un suspiro, continuó.

-Hace un rato, vi que recibiste una visita de una de las Palabras de Lahabrea. Esto significa invariablemente que se te ha encargado una inspección de considerable importancia, y por tanto no deberías tener tiempo para perderlo de este modo. Lo que significa que si has venido a buscarme es, seguramente, porque tienes una consulta, una petición que hacerme o, en definitiva, algo problemático de lo que no me apetece ocuparme.

Por un momento, Hythlodaeus no dijo nada, como si estuviera meditando sus palabras. Luego sus hombros comenzaron a temblar de risa.

-No no, en absoluto, eso fue porque aunque acabas de ser nombrado vi a mi mejor amigo aquí tirado en el suelo durmiendo, pensé en venir a felicitarte pero…jeje…bueno, parece que si no es por un motivo que te convenza no entrarás en acción eh…jeje…de verdad…

Aunque dicho en broma, la observación no invitada no mejoró su estado de ánimo. “Has ofrecido tus felicitaciones”, dijo en tono de broma. “Si no hay nada más, me iré”. Al ver que se daba la vuelta para marcharse, Hythlodaeus se apresuró a cambiar el tono.

-Espera. Como dices, tengo una consulta para ti… y una petición. ¿No me escuchará, eminente Emet-Selch?

Amaurot

-¿El concepto de un pájaro inmortal? - repitió Hades mientras se abrían paso por una zona restringida de la Oficina de Gestión de la Creación. Hythlodaeus asintió.

-Para ser precisos, no es un ser vivo, sino más bien magia tejida a semejanza de un pájaro. Un pájaro que posee poderosos poderes curativos que pueden ser usados tanto en uno mismo, como en otros. Y como era de esperarse de una obra maestra de las Palabras de Lahabrea, es simplemente hermoso, desde cualquier punto de vista.

-No lo dudo. Entonces, ¿cuál es el problema?

-Como he dicho, no es un ser vivo. El concepto propuesto era una magia con apariencia de ave. Pero… será mejor que lo veas por ti mismo…

Hythlodaeus extendió una mano hacia la enorme puerta que se alzaba ante ellos. Sin hacer ruido, las imponentes puertas se abrieron… y Hades se encontró con una mueca de dolor al escuchar el grito que emanaba del interior. Frunciendo el ceño, cruzó el umbral para ser recibido con la visión de un magnífico pájaro, con sus plumas en llamas, dando vueltas en lo alto de la sala abovedada. Pero lo que hizo que se le cortara la respiración no fue la belleza de las alas en llamas del ave, sino porque vio un brillo en su interior que no debía existir en lo que se suponía que era sólo magia.

-Un alma… ¿Cómo?

Gracias a su dominio de la magia de la creación, los hombres podían crear cualquier cosa. Cualquier cosa que pudieran imaginar, excepto un alma. Como bien sabía Hades, las almas se manifestaban espontáneamente dentro de las criaturas que nacían de acuerdo con las leyes de la naturaleza. Era un regalo del propio astro, que durante mucho tiempo se consideró imposible de recrear. Ningún ser artificial, por muy sutilmente esculpido a imagen de la naturaleza, podía llegar a poseer un alma. Tales creaciones ocupaban una clasificación separada conocida como entidades arcanas.

-Hubo un accidente… - comenzó diciendo Hythlodaeus. - Durante el examen del concepto, un alma a la deriva se fusionó con él, un alma cargada de arrepentimiento, a juzgar por su comportamiento. Parece que no quiere volver al Inframundo y por eso está montando este jaleo.

Mientras escuchaba, Hades mantenía su mirada fija en la criatura, que volaba con frenesí. Apenas se estrellaba contra la pared en una explosión de plumas rotas, se curaba y repetía la espantosa hazaña. Esta danza autodestructiva se repetía una y otra vez, y la criatura daba rienda suelta de vez en cuando a sus desbordantes reservas mágicas, o a su furia más bien, en forma de aliento ardiente.

Al ser testigo de la insoportable exhibición, sus pensamientos brotaron de sus labios sin que nadie se lo pidiera.

-Pobre… ha sido consumido por el miedo a la muerte. De seguir así sólo conocerá el dolor y el sufrimiento e infligirá lo mismo a los demás.

-¿Oh? ¿puedes entenderlo? Para mí es un sentimiento tan extraño, tan distante…

-¡Cómo si lo entendiera! Sólo estoy especulando… Así que ¿cuál es el plan? Obra maestra de Lahabrea o no, no podemos dejarlo como está.

En ese momento, Hythlodaeus se giró para mirarlo, aquella irritante sonrisa había vuelto, y de nuevo sintió una punzada de arrepentimiento.

-Como es inmortal, no podemos enviarlo de vuelta al Inframundo, y si peleásemos con él nuestros esfuerzos sólo le causarían más dolor. Pensé en llamar mañana a un mago poderoso para que se encargase… ¡pero justo apareciste tú! y no conozco a ningún mago más poderoso.

Una vez más, se encontró mirando fijamente a su amigo, cuya sonrisa se había vuelto más amplia que nunca. Pero en lugar de darle la satisfacción de una queja, decidió que se convertiría en una deuda. Sin decir nada más, concentró su mente y, al hacerlo, su silueta vaciló y bailó. Luego, de repente, como una sombra que se alarga, su forma comenzó a hincharse.

A través del zumbido del éter que se acumulaba, oyó a Hythlodaeus comentar: “Nunca deja de impresionarme…

A ojos de Hythlodaeus se podía ver cómo un torrente de poder desenfrenado fluía desde el Inframundo hacia su viejo amigo. Después de todo, era muy apropiado decir que Hades era amado por el Inframundo, pensó. Aunque los magos eran abundantes, ni siquiera entre el resto de los Catorce se podía encontrar otro capaz de ejercer tal poder. Hythlodaeus miró a su cambiante amigo y dijo:
-En efecto, tú eras el mejor candidato para convertirte en Emet-Selch. Permíteme que te felicite de nuevo.

Dejó escapar un suspiro silencioso, un suspiro mezclado en una sonrisa. Luego se dirigió hacia el pájaro y…


-… su majestad, ¿su majestad?.

La voz retumbó desde la distancia, impaciente e insistente. Somnoliento, abrió los ojos y, a través de la niebla del sueño, se centró inadvertidamente en el flujo de éter: la costumbre de los eones. Sin embargo, a diferencia de lo que ocurría hace eones, no había ningún brillo que recibiera su vista, sino un resplandor débil y enfermizo. Una vela que se desvanece donde antes ardía una llama. Su rostro se contorsionó reflexivamente en señal de disgusto. Reuniendo sus pensamientos dispersos, finalmente recordó dónde estaba. Volvió a quedarse dormido en la silla. Ah, las alegrías de la vejez.

-Su Majestad. Es la hora de la audiencia.

La voz retumbó justo delante de él. Miró hacia el sonido y vio a un hombre joven, alto, robusto y de pelo dorado, que lo miraba con ansiedad. Aunque le faltaba mucho para cumplir los veinte años, la arruga que adornaba su frente añadía años a la apariencia de su nieto. El nieto de este cuerpo, se corrigió. Entonces recordó que el muchacho, Varis, había estado ansioso por informar sobre su reciente supresión de los disturbios en alguna provincia abandonada. No era un asunto que justificara una audiencia formal, y mucho menos que le despertara. Tal vez el muchacho había reunido por fin el valor para alardear de sus logros. Tal vez lo hicieron los ambiciosos cortesanos. En cualquier caso, no era más que una débil conspiración de criaturas malformadas. Cansado, se puso en pie y pasó junto al joven hacia la puerta. Apenas había dado media docena de pasos, sin embargo, cuando Varis encontró su lengua.

-¿Qué es lo que tanto te desagrada de mí?

Solus se detuvo ante la inesperada pregunta. Echando una mirada por encima del hombro, vio al muchacho con una expresión de pura angustia, y en ese momento, parecía tan joven como él. Para dejar salir esa pregunta, la frustración de su nieto debía ser realmente grande. Después de una pausa, respondió en voz baja.

-Tu cuerpo.

-¿Qué…?

La cara del chico era un cuadro de confusión, pero no le ofreció ni una palabra más, dándose la vuelta y abandonando lentamente la sala.

Mientras se dirigía a la sala de audiencias, una sonrisa de autodesprecio se asomó en sus labios. Aunque los garleanos son conocidos por su gran complexión, el cuerpo que llevaba no era en absoluto excepcional en ese sentido, como tampoco lo era el de la mujer que tomaba por esposa. Sin embargo, su primogénito era un espécimen prodigiosamente alto y robusto, sin precedentes incluso entre los de su clase. A medida que el niño crecía, su físico era objeto de asombro y admiración por parte de todos, aunque para él era una fuente de gran disgusto.

A fin de cuentas, todos eran criaturas malformadas. Débiles, frágiles y tontos. Dando palos de ciego en sus fugaces y fragmentadas vidas, repitiendo los mismos errores una y otra vez. Nunca podrían sustituir a sus hermanos. Sin embargo, a pesar de todo, cuando acunó al recién nacido en sus brazos y acarició su pelo suave, no pudo evitar sentir un atisbo de esperanza. De qué, no podía estar seguro, pero esperanza al fin y al cabo. Al final, poco importaba, pues su hijo había sucumbido a alguna absurda enfermedad y había regresado al Inframundo mucho antes de tiempo. Pero no sin dejar un legado, un recordatorio vivo y siempre presente de ese lapso momentáneo.

-Ahhh… no quiero hacer esto.

El hombre se detuvo ante la puerta, respiró profundamente y cerró los ojos con fuerza, como si quisiera olvidarse de todo lo que le resultaba un incordio.

Trono